lunes, 9 de agosto de 2010

saquemos a mamá del cielo, Roxana Palacios

Prólogo, por Javier Adúriz

Lector, “hijo de hombre”, este nuevo libro de Roxana Palacios entona una inquietante música de fondo. No es que se vaya a leer una historia conexa, donde la lógica y la luz imperen componiendo una belleza tan armoniosa como convencional. Por el contrario, con una poderosa imaginación constructiva aquí se refiere la sombra de lo no dicho, algo que horada por debajo y fractura la percepción, y la pone en silueta de un espejo desaforado.
La ley, en esta textura, es la simultaneidad: todo ocurre sin aire ante nuestros ojos. La invocación a los poderes de la lengua que habrá de constituir al poema; una noche de soledad espantosa; un pequeño que obsede con su problemática; un viaje y la vuelta de un viaje; una tarde de amistad; el dolor en crudo; el descenso al último reducto del ser, en el término metafórico de un sótano, donde aun así queda resto para la esperanza.
Sí, “saquemos a mamá del cielo”, hagamos bailar a las palabras, porque allá arriba se cambia la memoria. Sí, “esperemos la llegada de papá”, que trae las primicias del poema, la progresiva amalgama de visiones distorsionadas y sin embargo, como “docilidad que se repite”. Hagamos de la carencia una música concreta, porque la vida continúa con la misma furia que la literatura.

Javier Adúriz



a Iñaki



Son of man,
you cannot say, or guess, for you know only
a heap of broken images


T. S. Eliot




1

saquemos a mamá del cielo y cerremos la ventana
ahora dejemos de jugar y esperemos la llegada de papá
con las manos vacías y ese disparo que le acorta la pierna derecha
se corren los árboles
su voz pasa
bloques de césped cortados el domingo
una docilidad que se repite
gota a gota se repite
se inscribe y se repite
genética de golpes
saquemos a mamá del cielo
dejemos de parir datos inservibles



2

aparte de esta continuidad
no hay planes
camino por la alfombra vuelvo a ver
humo
los vidrios empañados
la vereda de siempre
los mismos escalones contra la humedad de los ladrillos
como si estuviera de este lado de la calle
el aire de la tabaquería rige ahora
lo demás es un pozo tapado
creías ver las estrellas
antes de levantarte de la cama
pero te despertabas y era opaco
te levantabas y era ajeno
ahora yo salgo de la casa y la tierra
contiene los sonidos
el gesto con el que tirás
la ropa sucia en mi conciencia
tu transcurrir de las cosas
yo te recorto de la foto
mientras te acercás a la ventana para ver
la calle con absoluta nitidez:
los autos el cruce de los perros de los hombres
y todo es secreto y discutible
yo buceo tu lengua de encontrar la realidad
para vivir adentro de las cosas inútiles
sigo el humo
entro y salgo del infinito al gallinero
reconozco tu dios
voy a seguir fumando hasta que baje la luz



3

con el invierno las casas están más cerradas
él corre a toda velocidad desde la cocina hasta el alambrado
que separa la casa del refugio de los patos
mientras tira piedras en el agua
inmóvil y lejos
abro los brazos y lo llamo
salimos a la calle
los brazos abiertos como aviones
ahora pájaros
ahora tigres dinosaurios
árboles de ramas elásticas
y raíces como hebras que nos multiplican
él es hermoso y sin respuestas
sin embargo conoce cada manera inquieta
de transferir el silencio
en esta calle de tu país de ruidos controlados
no hay verbos de decir
visiones con puentes inconexos
es una repetición
la ausencia de preguntas
la costumbre de ordenarnos y ordenarnos


cuando advierte tu presencia
devora la imagen
las nubes pasan cada vez más lentas
el viento embolsa las cortinas como una dignidad
yo te veo entrar
abrir la puerta con tu hijo calzado en la cintura
cantando las canciones que no querías cantar
con una lucidez demoledora




4

me asusta la precisión de este país
los días programados para el huracán
nos detenemos en una calle empinada entre los edificios
es la estación de las lluvias decís
dos horas cada tarde
hay un tejido regular en el asfalto:
ráfagas y velocidad
después el estallido
la sangre entre las nubes grises
está todo bien decís
y hablamos de la comida de la noche
y las piedras del Paleozoico




5

llueve en San José
vos y yo estudiamos las gotas en la superficie de los charcos
las vemos abrirse y desaparecer
somos habladas no hablantes
palabras como multitudes detrás de unas hojas enormes
bocas que se agrandan hasta el largo grito
el chico sale de la mano de su padre hacia la lluvia
pedimos otra cerveza mientras juntamos las migas de la vuelta anterior
en una servilleta limpia y húmeda
también nosotras nos miramos
somos cuatro en esta verdad con que sustituimos realidades
cuatro para las manos que se agitan
el cuerpo que se estrella
como un pájaro
en los vidrios dobles de la camioneta
cuatro descendiendo el oro profundo de los charcos
algo se expresa aquí afuera
en tu lengua o en la mía
ni el miedo ni la certeza se prolongan




6

ahora invento los abrazos de llegada:
valijas y perfumes
todos hablando al mismo tiempo
los llantos se vuelven insoportables en el avión
vos leés Camillieri mientras se organiza el servicio
decís que no con una mano
yo pido Coca
y no quiero dejar de pensar en el chico que no habla
ahora invento la entrada a nuestra casa:
el pasto demasiado alto
los perros sucios un poco más flacos
el buzón lleno de sobres con fecha de vencimiento
hojeo tu libro: Montalbano cena con champán
vos te dormís
yo me pongo a untar un pan helado
a diez mil metros de altura




7

lunes a las ocho: entrás al lavadero de tu casa
vaciás el canasto de la ropa
levantás los jeans
sacás piedritas de los bolsillos
el perro trae un hueso entre los dientes
vos ponés las medias en un balde
ves flotar el barro en el jabón
tu cerebro es una incubadora suspendida a diez kilómetros
frotás los cuellos de las camisas
las enjuagás
salís a tenderlas al jardín
hace frío pero el sol te arde en la frente y en los brazos
verde a morir adentro de los ojos
ves los cables
ves a tu hijo succionando la línea de los anticuerpos
cantar hasta sacarse el miedo
cantar no escribir dijo mi madre
porque las palabras cambian el sentido






8

los árboles crecen al costado del río
lo desbordan
la chica aplicada trae noticias en un sobre:
no más tubos transparentes ni evidencias
se entendió bien
mi cuerpo se enoja pero no discute
digo su nombre
lo escribo sobre el vidrio de un reloj
en el comedor de esta casa
hace días escanean su cerebro
los árboles están casi blancos
el cerro también cubierto de nieve
ella espanta cucarachas y reímos
esta noche vamos a reírnos hasta desaparecer



9

imposible la imagen: el hombre parado muriendo
vos frente a mí
tus párpados como dos láminas curvas
yo digo que mayo sudaba por fuera de los vidrios
digo la casa súbita y caliente
vos entendés lluvia
yo hablo de ventanas como límite
hablo de los ojos irrigados
de la urgencia de las nubes y sus formas tanto lugar común
hablo de la taza de café sobre la mesa
de las manos enormes de mi padre
digo ramas
árbol hundiéndose en la tierra
ropa mojada piso de baldosas
digo fiebre pulmones con sangre
entonces vos nombrás a los héroes de la patria
y a mí me da risa y un poco de vergüenza
mi padre ocupa un sitio en esta habitación
al revés de lo que habíamos planeado padre
en una caja
su nombre en un metal
vos asentís con la cabeza
yo multiplico gente en el café
salgo a fumar
los perros tienen un ladrido grave entre las rejas



10

sin embargo pájaros cantan esta noche
el resto son hojas que oscurecen la ventana
las paredes
el cielo frío como un rechazo
yo bailo en mi cuerpo un fragmento de esplendor
afuera la calle
su rigidez de cosa extraña
no tengo explicación para la carne
ninguna verdad
hay luces por fuera de la casa
no me entrego a sus brazos
soy el pensamiento helado de esta noche





11

es jueves y escribo por cansancio
nada en la oscuridad del dormitorio
me voy por la vereda donde pasean
las mujeres de mi familia
abro la puerta para ver la lluvia
ahora
atravesar el jardín y encender el motor
son un movimiento automático
faroles oscuros vigilan la cuadra
se comen entre sí
no es un inventario es un regalo:
te dejo la campana de hierro
con su soga de soportar visitas
y las ramas del paraíso apiladas en la calle
el ruido está adentro del volante
subo a la autopista
toda la ciudad se ve
desde la ventanilla de mi auto




12

arena sin pisar en esta tierra larga
brotes que se recuperan
lienzos mordidos por los perros
que el agua trae
algunas manos curan todavía
y todo pasa simultáneamente:
la radio sin control
la frase que seduce
mientras el aire puja las paredes
arriba te cambian la memoria

ves grietas
ventanas como pozos
alguien vuelve a soñar
guarda pelo en una caja
camina sobre cuerdas dice:
deberías huir de esta gravitación
la noche se demora
esta ciudad vive en batalla
nos disolvemos
en medio del derrumbe
los perros huelen voces

en el sótano los ojos
no reconocen su lugar
construyen pájaros a la altura de las nubes
muros
quién aplasta el rumbo con un látigo
la representación del cuerpo
esta fotografía del presente
manos nuevas para moldes viejos
alguien sangra
y todo pasa
simultáneamente:
la muerte debajo del vestido
nada se clausura
este lugar es así:
alguien sale de un abrazo
la carne como un hueco

mujer vuelan tu cabeza
llegás de la tierra salís de una garganta
ves polvo y cáscara de frutos
el humo sube hasta la fiebre
el tragaluz es un embudo
las paredes son telas aquí

los objetos
se vuelven intangibles en el sótano

es tu sombra la que sirve la mesa
caminás hacia otro cuerpo
tu cuerpo como límite
simultáneamente: restos en la piel
muerte por asco

hierven mares en la biblioteca
el fuego está encendido en la cocina
chocan las copas mientras alguien baila
mira tu cabeza sobre el plato
pasan los perros
buscás linternas para iluminarlos:
fauces entreabiertas
la comida les sobra
mienten confusión
tu cuerpo como un eje

las hormigas comen los diarios de la tarde
Peter Murphy patea la cabeza de una madre
que no aparece en los sueños
love hysteria que hay un cuello
en el agujero de la soga

esto es el sótano aquí caen los objetos
alguien busca libros para el aturdimiento
hierven las manos se reinician
este lugar es una cantera
lo que nutre viene del sonido
sueño bajo fondo tus piernas
se vuelven vegetales en el sótano

adentro todo pasa simultáneamente:
la puerta que se abre la comida
la pila de ropa la tabla de planchar
los guardianes están
en sus puestos con brazos inflexibles
voces de mando ojos de obediencia
los perros lamen estampitas en el suelo
arena de santos la ayuda se trafica
ves las redes
el chico que camina
esta fiebre que aumenta
lo que no hay que saber
alguien debajo de las ruedas

desde la biblioteca el mar es una persistencia
sueltas las amarras de los cuerpos
la capucha de carne se hace mármol
este lugar es así
alguien pasa conoce tu perfume
un aire hablado bajo la cubierta de género
conocés esa envoltura
tu respiración en otras manos

arriba te cambian la memoria
cadenas de flores se regalan
como buenas intenciones y mentiras
aquí no se llora
el mal de la noche de rodillas
el humo se define en este pozo:
balas de salva para matar a tu hermano
mantas líquidas para esconderlo
tuyo es el reino
los muertos no lastiman
alguien en la ciudad te ve volar
el cuerpo como un borde


las vidrieras crecen y se multiplican
simultáneamente: el fuego alrededor de la olla
las botellas rotas las caricias
una lava gris por encima de los techos

la desnudez viene del mar
los libros se apilan detrás de los estantes
la ciudad reaparece entre la niebla
en este sitio
hay espejos con monstruos de mujer
aguas profundas para comerciar lenguas


Contratapa, por Roberto Ferro


Saquemos a mamá del cielo de Roxana Palacios reúne una madeja de voces líricas que anuncian la presencia imposible del otro.
Decir al otro, pensar al otro, nombrar al otro, por más fugitivo que se encuentre, es atraparlo en la palabra imperfecta, labrada más acá de la memoria y más allá de la imaginación.
Palacios, contraponiendo soledades, sugiere sutilmente la doble marca de la ausencia en la memoria dividida entre la evocación y la letra, entre dos sombras, la de la mano que escribe y la del yo que ha vivido, cruzados de ida y vuelta, como si el texto se resolviera en un espejo incierto en el que, inevitablemente, se asoman fantasmas o la intuición de presencias intensamente perdidas.

Roberto Ferro